Manuel tembló cuando ella le
quitó la ropa. Le desabrochó la camisa y se la quitó de los hombros. Después le
quitó la camiseta interior, que él obedientemente le permitió que le levantara
por la cabeza. Luego tiró de la hebilla del cinturón y la abrió. Agarró el
botón de sus pantalones. Manuel se mareó. Luchó por contener la eyaculación.
Soltó el botón, colocó las
manos sobre sus hombros desnudos y lo besó con ternura, calmándolo un poco. Su
voz apagada se coló en su conciencia abarrotada.
—¿Quizás tienes miedo de…?
—buscó la frase adecuada —… de estallar demasiado pronto con la emoción de esta
nueva experiencia?
Fue más una afirmación que una
pregunta. Se sintió aliviado de que ella comprendiera su lucha. Dijo con voz
entrecortada: —Sí —pero ella también había previsto esa respuesta.
Ella se puso de puntillas y se
inclinó hacia él, rozando con sus labios el lóbulo de su oreja. Él sintió el
ronzal de terciopelo sobre la piel desnuda de su pecho. Ella le susurró: —Te
diré cómo evitar ese resultado, y tendrás éxito si me permites enseñarte.
—¡Sí, dime!